Los hijos ante los conflictos de pareja

La terapia de pareja está destinada a solucionar problemas en parejas que se ven inmersas en un círculo vicioso de conflictividad o incomunicación. El terapeuta ofrece una visión objetiva que ayuda a empatizar con el otro y propone una serie de pautas adaptadas a cada caso destinadas a mejorar la comunicación y a desarrollar estrategias de resolución de conflictos.

Por lo general, cuando ambos miembros de la pareja desean seguir juntos, la terapia resulta altamente eficaz. Ahora bien, existen otros casos en los que la terapia no conseguirá mantener una relación. De manera general esto ocurre cuando no existe propósito real de cambio o de intentar mejorar la relación (se podrían pormenorizar dichos casos, pero no es el objeto de este artículo). Ante estas circunstancias un terapeuta será de gran ayuda a la hora de afrontar la separación y especialmente para asesorar o tratar la relación de ambos progenitores con los hijos.

 

Una de las expresiones más escuchadas ante casos de este tipo es «no nos separamos por nuestro hijo» o «seguiremos aguantando hasta que nuestros hijos sean mayores». Dichas expresiones se basan en la idea de que una separación o divorcio repercute seriamente en el desarrollo del menor, por ello los padres mantienen una relación plagada de tensiones o por el contrario una convivencia fría con la más absoluta indiferencia entre ellos. Ante lo cual es preciso plantearse si este tipo de «vida en familia» beneficia más a los hijos que una ruptura.

Ciertamente los primeros estudios realizados con hijos de padres divorciados reflejaban índices elevados de psicopatología en dichos niños o una mayor propensión a desarrollar problemas de está índole, sin embargo posteriores investigaciones sobre este tema se tornaron más complejas y matizadas, revelando que la separación como tal no es la variable más problemática dentro de un proceso de divorcio.

Actualmente existe amplio consenso entre los profesionales a la hora de afirmar que un divorcio o separación es menos perjudicial para el hijo que una mala convivencia (Schaffer, H. R:, 1994; Bird, F.L:; 1990; Fernández , E. y Godoy, C 2002).

Determinados procesos de cambio social han influido también en esta nueva visión de la separación. En los últimos años el divorcio se ha ido despojando de antiguos prejuicios y ha pasado a entenderse como una forma de resolver conflicto. Pero lógicamente en épocas pasadas en las que el divorcio era infrecuente y estaba socialmente censurado, se le atribuían efectos negativos en todos los sentidos, y los resultados de la investigaciones se interpretaban como una prueba más de lo dañino que sería llevarlo a cabo. Se obviaban otras variables que eran las realmente perjudiciales, como el tiempo previo a la separación que el niño llevaba soportando las peleas, tensión, falta de respeto entre los progenitores etc, y por supuesto la falta de acuerdo tras el divorcio, los enfrentamientos y las luchas legales.

La vivencia del conflicto afecta al menor de diversas maneras

Fundamentalmente transmite la idea de incapacidad por parte de sus padres para resolver problemas y controlar emociones. Lo que hace que el hijo se sienta indefenso y desprotegido. Sus padres en estas situaciones dejan de ser figura de seguridad.

Por otro lado el hecho de percibir odio o falta de amor entre sus padres les hace pensar que igual que desaparece el cariño, amor y respeto entre ellos, también pueden dejar de quererlo a él. Muchos niños experimentan un miedo terrible a que sus padres les abandonen o dejen de quererlos.

El egocentrismo natural de los menores les lleva a considerarse parte responsable (cuando no completamente causal) en las discusiones y problemas de sus padres. Esto genera profundos sentimientos de culpa.

Los padres trasmiten un modelo de afrontamiento inadecuado, basado en agresividad, ataques, o falta de comunicación. Sin que además, ninguna de estas «estrategias>> ponga fin a los problemas. (En general lo más perjudicial para los niños como para cualquier persona no es tanto la vivencia de un problema sino la incapacidad para resolver dicho problema)

En definitiva, pensando en los niños lo más conveniente sería una separación bien llevada, siempre y cuando los padres no quieran permanecer juntos como pareja.

En este sentido también son importantes una serie de pautas para llevar a cabo la separación con la mínima repercusión en los hijos.

Una duda frecuente entre los padres es si deben informar o no y de cómo hacerlo.
La respuesta es que efectivamente el niño debe ser informado, pero una vez que se tenga clara la decisión, para no generar ambigüedad ni incertidumbre.

Se le debe explicar con tranquilidad y si es posible entre los dos, sin hacer la más mínima referencia a culpabilidades, simplemente exponerlo como la resolución a un problema.

Es importantísimo no insultar, no desprestigiar y no culpabilizar al otro miembro de la pareja.

También se debe desdramatizar, pero permitir al niño expresar lo qué siente. Es recomendable preguntarle sus sentimientos tras explicarle la decisión, pero si se niega hablar respetarle y entenderlo como un proceso normal.

Por último resulta esencial no descargar la rabia, ni la frustración con el niño ni victimizarse ante él. Esto es muy importante durante todo el proceso de separación, en el cual, como se tratará en posteriores artículos ambos progenitores deben asegurar la buena imagen del otro y la permanencia del contacto con el hijo. Teniendo claro que sencillamente se separan como pareja, pero no como padres.

 

 


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